10/2/08

Objetivos y accionar inteligente (1º Parte)

Todos queremos tener éxito, ¿no?
Y, si.
Creo que a nadie vamos a oír diciendo seriamente: “yo realmente no quiero tener éxito”, “yo quiero fracasar”, “¡sí señor!”, “¡quiero tener problemas!”
Seguramente que no, salvo tal vez en un “arranque de locura”, de esos en los que somos capaces de decir cualquier cosa sin sentido, o con menos sentido que las que decimos en condiciones “normales”.
La verdad es que todos queremos tener éxito.
Pero… ¿qué es “éxito”?


¿Qué es exactamente “tener éxito”?
Para algunos es “ganar dinero”.
Para otros es “obtener fama”.
Para otros es “tener poder”.
Para otros es conseguir un trabajo importante, muy demandante, con muchos viajes, con mucho personal a cargo.
Para otros es lo contrario: sobrevivir trabajando lo menos posible, cargar con poca responsabilidad, tener mucho tiempo libre.
Para otros es formar una gran familia.
Para otros es no tener pareja estable, no tener hijos y viajar mucho.
Por cada persona hay una definición de éxito.
Esto es lógico, ya que “tener éxito” es simplemente “concretar los objetivos que nos proponemos”.
Sean cuales fueren esos objetivos.
Eso sí, sin objetivos preestablecidos no hay posibilidad alguna de éxito.
Si no se adonde quiero ir, obviamente no podré llegar.
Si no se qué quiero alcanzar, lógicamente no podré alcanzarlo.
En realidad no habrá nada que alcanzar.
Y obtener algo de manera casual no es “éxito” sino “azar”, no representa ningún mérito personal, y no genera esa particular satisfacción que surge de proponerse objetivos y luego alcanzarlos, a través del esfuerzo y la perseverancia.
Tener éxito no es simplemente “que sucedan cosas buenas”, sino proponérnoslas y hacer que esas cosas sucedan, de manera premeditada, planificada.
Fijar objetivos, como primera medida, es imprescindible para luego tener una referencia que nos permita evaluar nuestro accionar y nuestros resultados.
Así lo destacó Stephen Covey en su famoso libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” , incluyendo como segundo hábito: “comenzar con un fin en mente”.
Es decir, fijar objetivos, antes de actuar.
Y, por supuesto, jamás actuar sin objetivos.
¿Pensó usted alguna vez que, si una persona no tiene objetivos fijados, entonces de ninguna manera se puede juzgar si lo que está haciendo es conveniente o no?
No tener objetivos es literalmente como “navegar a la deriva”, sin un destino, sin brújula. Ningún puerto al que arribemos será correcto, ni incorrecto.
Simplemente no habrá forma de medir. No habrá forma de evaluar.
Sin objetivos pre-fijados, ninguna acción puede ser considerada correcta o incorrecta.

Fragmento del libro “Nadie sabe lo que somos”, por el Mg Ladislao Huber.

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